La manera en que nos proyectamos sobre personajes que vemos en libros, series o canciones es impresionante. ¿Cuántas veces vemos una película y nos sentimos totalmente identificados con algún personaje en ella?

De chiquitos nos enseñan aquellos diagramas de la evolución de las especies. Nunca falta ese paso donde los seres vivos se vuelven terrestres. Ese famoso diagrama nos da una idea errónea de la evolución haciéndonos pensar que fue brusca. Que un día un pez amaneció y decidió ponerse un par de patas y salir a tierra firme. Obviamente no funcionó de esa manera. Más bien la teoría científica dice que se trató de una secuencia de “paso, paso, paso, paso, retroceso, paso, retroceso, brinco”.

Desde siempre, la cocina y la comida han sido actividades comunitarias. El cazador y el recolector no eran seres aislados. La comunidad es la base de la tribu y la fortaleza de cada quien incorporada a un grupo de personas es la base de lo que hoy llamamos sociedad. Nadie mejor que otros, pero todos juntos mejores que las partes individuales.

Estoy sentado en un campamento a 3710 metros sobre el vivel del mar. A la izquierda, lo que queda para subir el Acatenango. A la derecha, una alfombra de nubes y, al frente, el Volcán de Fuego que cada 15-20 minutos tira una bola de humo y lava.

Como seres humanos nos mantenemos autoanalizándonos, conociéndonos y aprendiendo de nosotros mismos todo el tiempo. La introspección es una actividad muy, pero muy humana. Cuando alguien nos hace esa pregunta, generalmente la respuesta inmediata va a ser nuestra profesión. Soy ingeniero. Soy cocinero. Soy doctor. Soy mercadólogo.

En algún lugar de mi casa tengo un cuadro. Una foto tomada en un diner en Filadelfia por un gran amigo y hermano de música, Zachary Towne-Smith hace más de 20 años, muestra a un cocinero, sonriendo y sirviendo un sándwich.